"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

sábado

Nonna

El día que mi abuela se fue hacía calor. Era verano. Su estación. Porque ella había nacido en verano, como yo. 
Cuando sabes que ha llegado el momento de despedirte de alguien, no sabes cómo hacerlo. Nunca estuve tan nerviosa en mi vida. Sabía que había llegado el momento, sabía que iba a ser la última vez que la iba a ver. Y estaba nerviosa. Nerviosa y enfadada. Estaba enfada con ella, porque se iba. Y yo no quería que se fuese. Soy egoísta, soy egoísta porque no quiero despedirme de la gente que quiero. No sólo quería a mi abuela. La admiraba. Admiraba su sabiduría. Su valentía. Su tenacidad. Su belleza, la exterior y la interior. La admiraba tanto...
Me quejaba de mi abuela. Por su mal carácter, porque me reñía sin razón, porque no quería aceptar que el mundo estaba cambiando... Nos peleábamos y la quería. Porque me planteaba retos. Retaba a mi parte más inmadura. A esa parte que yo no quería dejar crecer y que, gracias a ella, lo hizo.
El día que mi abuela se fue era un miércoles. Mi mano tembló al apoyarse sobre el pomo de la puerta. Respiré, contuve las lágrimas, aguanté, y entré para despedirme. Y cuando entré, dispuesta a decirle que la iba a echar de menos, que la quería, que no se fuese, que se quedase conmigo... No pude. Me senté a su lado y observé, por última vez, a la mujer más bella que nunca he conocido. ¿Cómo es posible que alguien que está a punto de enfrentarse a la última batalla siga sonriendo? No encontré respuesta. Pero sonreí. Sonreí con ella. Sonreí por ella. Quería demostrarle lo que no era capaz de decir. Mi abuela bromeó. Bromeó y supe que había llegado el momento. Cuando me incliné para darme el último beso, intenté susurrarle, intenté decirle pero, una vez más, la emoción, el enfado, y todo aquel torbellino de sentimientos me traicionó. Pero cuando miré aquellos ojos por última vez, creo que lo supe. Creo que no me hizo falta nada más. Miré a mi abuela por última vez. Ella se despidió de mí como si no fuera a pasar nada, como si nos fuéramos a ver al día siguiente. Y salí de la habitación, sin decir adiós.
No pude decirle adiós en aquel momento, ni soy capaz de decirlo a día de hoy. Y no creo que nunca lo haga. No me gustan las despedidas. No me gusta la palabra "adiós". No me gusta saber que esa palabra implica que nunca más te veré.
Mi abuela se fue un miércoles por la noche. Una noche de verano. Hacía calor. Y ella nunca vino conmigo a la playa. Pero iremos, algún día, en algún momento. En un sueño, en cuento, en un pensamiento, en una canción, en una película... 
Algún día recuperaremos tu boina roja, te lo prometo.


(Siempre que vuelvo me acuerdo de ti. Siempre. Aunque, en realidad, sé que siempre estás conmigo; y gracias por estar, siempre.)

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