"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

lunes

Para mi Nonna


Te echo de menos.

Mucho.

No, mucho no.

Muchísimo.

Es ridículo, ¿sabes? Te llevo echando de menos estos dos años que no has compartido conmigo. Cada día, un pequeño detalle me recordaba a ti. A veces olía tu perfume en alguien, otras veces oí hablar de Italia y se me encogía el corazón, cada vez que alguien mencionaba a su abuela, me entraban ganas de llorar. Y es que, aunque hayan pasado dos años, sigo sin hacerme a la idea de que te has ido. Hay días que incluso quiero preguntar “¿qué tal está la Nonna? ¿has hablado con ella?” o días en los que simplemente me apetece ir a tu casa, sentarme en el sofá y que me cuentes alguna batallita que te ha ocurrido. Duele. Duele mucho. Duele saber todo lo que te estás perdiendo. Porque te estás perdiendo tantas cosas. Te estás perdiendo dos nietas, una a la que llegaste a conocer, otra a la que no. Te estás perdiendo como crece Alba, como cambia, como cada vez se hace mayor. Te estás perdiendo los cumpleaños de tus hijos, las canas de los tres, los problemas del trabajo. Y te estás perdiendo lo que me pasa a mí.  Te estás perdiendo que me han roto el corazón una vez y alguien me lo ha conseguido recomponer. Te estás perdiendo que ya puedo conducir, como tú querías. Te estás perdiendo que, quizás, por fin me vaya lejos de aquí. Te estás perdiendo un montón de cosas que querría haber compartido contigo.

Y no quiero ¿sabes? No quiero olvidarte. No quiero pensar “se ha ido, no va a volver”. No quiero darme cuenta de que nunca más me volverás a dar un beso de buenas noches, que nunca más me volverás a contar como tu padre te sacó de aquel internado y tú perdiste aquella boina roja, que nunca más volveré a oler tu perfume. No puedo. No puedo dejar de echarte de menos. Y no soy capaz de llenar el hueco que dejaste.

No sabes como desearía volver a aquel 30 de junio y haberme despedido de ti. Haberte abrazado, haberte dado un beso, haberte dicho que todo iba a salir bien, que no ibas a sufrir, que ibas a irte a un lugar precioso, con tus padres, con el abuelito, con Claudia. Como desearía haber estado a tu lado cuando cerraste los ojos, cuando te fuiste. Como desearía no haberme despertado la mañana del 30 de junio sabiendo que ya nunca más volverías a llamar por teléfono y a no reconocer mi voz. Que nunca más volverías a cocinar la cena de Navidad. Que nunca más me reñirías por decir palabrotas.

No he vuelto al cementerio desde el día en que te dejamos allí. No he sido capaz. No he sido lo suficientemente valiente como para ponerme frente a tu tumba y decirte lo mucho que te echo de menos. Porque eso significaría darme cuenta de que allí estás tú. En algún lugar, encerrada. En algún lugar, lejos de mí. Un lugar del que nunca volverás.

Sólo espero que, si de verdad existe un cielo, si de verdad estás ahí arriba, cuidándome, vigilándome, nunca me abandones. Que de vez en cuando, cuando yo esté dormida, bajes a darme un beso. Y yo lo sabré, sabré que has estado a mi lado, sabré que bajaste de aquel sitio, que volviste a mi lado, aunque solo fuera un segundo. Y que en realidad nunca me abandonaste.

Te quiero muchísimo. Y te echo de menos cada día.
                                                                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario