"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

miércoles


Tiempo.

Más tiempo.

Es lo que necesitaba. Sólo un poco más. Quizás otros 145 días. Incluso menos. O más. Pero no mucho más. Sólo necesitaba tiempo. Tiempo para pensar. Tiempo para ordenar mi cabeza. Tiempo para entender lo que me pasaba. Tiempo para recomponer mi corazón. Era lo que necesitaba. Y cuando pensé que podía olvidar que algo dentro de mí me grita “ve por él”, apareces de nuevo. Aparecer de nuevo y de la forma menos indicada. Apareces por sorpresa, sin avisarme, sin darme tiempo a aclarar mis ideas, a pensar una respuesta, una solución. No me has dado el tiempo suficiente para poder olvidarte. Y aún encima, haces eso. Volver como si nada. Como si nos hubiéramos visto hace unas horas. Como si las cosas no hubieran cambiado en 145 días. Como si no me hubiera pasado 145 días esperando que volvieses. Como si no hubiese pensado 145 noche en ti. Como si esos 145 días en los que tú cambiaste no me hubieran cambiado.

Sólo necesitaba otros 145 días más para sacarte de mi cabeza. Pero sobre todo, necesitaba otros 145 días para sacarte de mi corazón. Y ahora ya es demasiado tarde.

domingo


¿Cómo lo haces? Dime: ¿cómo lo consigues?

¿Cómo es posible que en un momento me sienta la persona más miserable del mundo y al momento, cuando tú apareces, me sienta la más feliz del mundo? Dime: ¿cómo eres capaz de borrar de mi cabeza todo lo malo que me ha pasado? ¿cómo es posible que cuanto estoy contigo, cuando hablo contigo, cuando te miro, sólo sienta felicidad? Me dan miedo esos sentimientos. Me dan mucho miedo. Ya lo he sentido antes. Era igual, era exactamente lo mismo. Una sóla palabra conseguía sacarme una sonrisa, conseguía que todas mis preocupaciones se esfumasen.

Eres la única persona que consigue curar las heridas de mi corazón, la única en la que confío que puedo abrirle mi corazón y no me lo hará pedazos, la única persona que quiero tener a mi lado todo el rato, la única persona que, desde hace mucho tiempo, se coló en mi corazón.

¿Cómo lo has hecho?

"Never let me go"


No la dejes ir. Nunca.
No la dejes sola cuando más te necesite, quédate a su lado siempre.
No le des la espalda nunca, porque ella nunca lo haría.
No dejes que se borre la sonrisa de tu cara, porque no sabes si la volverás a ver.
No la hagas llorar, por más que creas que se lo merece.
No vayas con otras, sólo para probarla, porque ya sabes que ella siempre será tuya.
No juegues con sus sentimientos un día sí y otro también, porque acabará rota.
No te olvides de besarla, de abrazarla, como ella hace contigo.
No dejes que el orgullo sea más fuerte que lo que sientes por ella.
No dejes que otros crean que puede ser suya, porque no lo es.
No le mientas, porque ella nunca lo ha hecho.
No te olvides nunca de que con ella te conviertes en mejor persona.
No la abandones en cualquier esquina en un día de lluvia.
No hagas que se enfade, que grite, porque sólo la harás infeliz.
Pero sobre todo, no te olvides de repetirle cada día que la quieres, y que siempre lo harás. Y nunca, nunca, nunca, la dejes ir.

jueves


¿Sabéis lo que pasa cuando alguien os rompe el corazón?


Esa sensación, esa horrible sensación. Creía que era inexplicable. O quizás lo es. Porque no sientes nada. Sientes que se acaba el mundo, que se te cierran los ojos, tu cuerpo se debilita, tu cabeza deja de pensar. ¿Y qué siente tu corazón? Nada. Siente nada. O quizás siente algo. Dolor. Está roto. En miles de millones de pedazos, y cada uno de ellos se rompe en otros miles de millones. Y no sientes nada más que vacío. Un horrible e infinito vacío. Y a veces crees que deja de latir, quizás porque él también quiere cerrar los ojos y no pensar en nada. Y te da miedo que si él decide irse, tú te vayas con él. Y te tumbas en tu cama, e intentas dejar la mente en blanco, pero algo te lo impide. Y recuerdas todos y cada uno de los momentos que ahora te rompen el corazón. Los recuerdas, los más bonitos, los más felices, los primeros, los últimos, los más tristes, los que querrías olvidar, los enfados… Todo eso se pone en tu contra. Y te araña dentro. Para que no lo olvides. Y se queda dentro de ti. Y cada vez que escuchas su nombre, sientes como uno de esos diminutos pedazos decide volver a romperse otra vez, y lo único que quieres es borrar todos los recuerdos, quieres olvidar todo, hacer como si nunca hubiera pasado. Pero no puedes. Y nunca podrás. Porque pase el tiempo que pase, nunca olvidarás a la primera persona que te rompió el corazón en miles de millones de pedazos.

sábado

Cobardes


Bum bum. Bum bum. Sudor frío. Temblor.  Nuevo colegio. Camino decidida hacia el portalón y entro. Chicos y chicas que hablan, ríen, bromean… Yo soy la diferencia. Entro en el edificio al mismo tiempo que suena la alarma que indica el inicio del nuevo curso. Subo hasta el tercer piso y busco mi clase: “quinto B”. La encuentro. Entro por la puerta. Mis nuevos compañeros, todos en grupitos, charlan alegremente contándose las novedades. Busco un lugar libre. En la primera fila, en el medio de la clase. Me siento y entra la profesora. Nos da la bienvenida a clase, y continuación pronuncia mi nombre. Mi corazón se acelera. Me levanto mientras mi cuerpo tiembla violentamente y me coloco a su derecha. Me pide que me presente. Nombre, edad, aficiones. Y llega lo peor:

-       ¿De qué centro procedes?
-       Del… María Barbeito…

Todos fijan su mirada en mí.

-       ¿Dónde está? ¿Aquí, en Vigo?
-       No, está en… en… - vacilo un momento, temiendo lo peor- está en A Coruña.

Adiós nueva compañera. Todos se echan a reír y algunos hacen comentarios por lo bajinis: “Puta turca” o “coruñesa de mierda”. La profesora me aprieta el brazo para darme ánimos y me indica que puedo sentarme. Me acerco, y al sentarme en la silla, alguien la aparta y me caigo en el suelo. Todos se ríen a carcajada limpia y gritan: “¡Turca y torpe!”. Se me empañan los ojos. Agacho la cabeza, cojo la silla y me coloco en ella. La clase sigue su curso durante dos horas. Suena un timbre, indicando la hora del recreo. Me levanto y tres niñas se acercan a mí con una sonrisa en la cara. Se presentan y me dicen que puedo jugar con ellas. Una pequeña esperanza aparece en mi corazón. Bajo con ellas al patio y deciden jugar al escondite. Mientras una cuenta, echo a correr y una de mis compañeras me indica una pequeña porta escondida tras una columna.

-       Métete ahí dentro que seguro que no te encuentra.

Asiento con la cabeza y me meto dentro. La niña cierra la puerto y espero. El tiempo va pasando. Cinco minutos. Diez. Veinte. De pronto, escucho el timbre indicando el fin del recreo. Empujo la puerta. Está cerrada. Pido ayuda, pero al otro lado la gente pasa. Quizás no me escuchan. Elevo el tono, pidiendo ayuda. Pero nadie quiere escucharme. Y me quedo allí, detrás de la puerta, gritando y llorando. Pidiendo ayuda, golpeando con los puños la puerta, pidiéndole a Dios que alguien me escuche.

Alguien abre la puerta. La profesora. Hace una hora que acabaron las clases. Son las tres. Me ayúdame a salir y me lleva hasta la clase. Me sienta en una silla y me acaricia el pelo.

-       ¿Qué te pasó, tesoro? ¿No te dijeron que esa puerta se atranca si la cierras?

Niego con la cabeza, mientras lloro. Y por dentro grito, grito de rabia, de dolor, de miedo… Y nadie me escucha.

Llega mi madre y me abraza y me besa. Me lleva a casa. No como. Me tumbo y en la cama. Tengo miedo. Mucho miedo. Me tapo con una manta. Pero el temblor no desaparece. Tiemblo de miedo.

Los días pasan. En el colegio no tengo amigos. Llego a clase y no tengo pupitre. En el baño, las tres compañeras con las que había jugado al escondite me dan una paliza. Mis libros totalmente destrozados, alguien les arrancó las páginas. Bajando las escaleras, alguien me empuja y me caigo golpeándome la nariz.

No quiero ir a clase. Tengo miedo. No como. No hablo. Tengo miedo. No me muevo. No duermo. Tengo miedo. Quiero gritar pero tengo miedo de que me escuchen y me hagan daño, miedo de que le hagan daño a mi familia, miedo a que me encuentren, miedo a encontrarlos. Tengo muchísimo miedo.

No quiero ir a clase. Finjo estar enferma. Mi madre me deja quedar en casa. Y me quedo allí dos semanas. El día anterior a volver a clase tengo fiebre. Mi cuerpo no reacciona. Tiemblo violentamente. El corazón grita de ira, de miedo, de dolor… Pero nadie lo escucha. Nadie me escucha.

Llego a clase y otra vez no tengo pupitre. Dos compañeros se acercan a mí y me llevan al baño. Me ordenan que me desnude. Les obedezco por miedo. Entran las tres compañeras. Llevan un palo en la mano. Otra un mechero. Y la última un teléfono móvil. Los niños me agarran cada uno por un brazo y me empujan contra la pared. Me inmovilizan. La primera comienza a golpearme en las costillas con un palo, siento un dolor horrible. Grito e intento soltarme, pero uno de las niños me pega en la cara y me manda callar. Empiezo a llorar y les pido que me suelten. “Turca de mierda, te soltaremos cuando te marches del colegio. Puta de mierda”. La otra compañera se acerca a mí con el mechero y lo enciende. Empiezo a patalear y consigo darle a uno de los niños. Pero eso sólo empeora la situación. Me da una fuerte patada en el estómago y caigo al suelo. Por favor, que alguien me ayude. Me cogen del pelo y tiran de el hacia atrás. Noto como se desprende de mi cuero cabelludo. La niña con el mechero en la mano me lo acerca a la cara y empieza a rozar mi piel. Arde, arde mucho. Empiezo a llorar de nuevo, grito y lloro. De repente, me sueltan y echan a correr fuera del baño. Me quedo allí, tirada en el suelo, totalmente desnuda. Temblando, Sufriendo. Pido que el dolor pare, por favor, me quiero morir. Cierro los ojos y me dejo ir.

Cuando abro los ojos, estoy en mi habitación. Mi madre está a mi lado. Me lanzo a sus brazos y empiezo a llorar. Lloro, lloro, lloro. Y grito, y maldigo, y sufro. No quiero sufrir más. Quiero ser feliz. Quiero dejar de tener miedo. Y finalmente, ella me da un beso y me promete que todo va a acabar. Y, después de mucho tiempo, consigo dormir.

Mi madre llama al colegio y pide una reunión al director y a mi tutora. Me pide que la acompañe. Y a pesar de mi miedo a encontrarme a mis compañeros, a pesar de mis heridas, a pesar de sentirme la persona más infeliz del mundo, voy con ella.

Llegamos al colegio. Entramos en mi clase. Mi madre me tiene fuertemente cogida de la mano. En el aula está mi tutora, el director y otra mujer, perfectamente arreglada con un traje azul marino. Nos sentamos y acerco a mi madre. Ella me pasa el brazo por detrás de la espalda y me aprieta fuertemente contra ella. Empiezan a hablar. No presto atención. Tengo la mirada perdida. Únicamente escucho frases sueltas: “hijos de puta”, “denuncia, “acoso escolar”… Estoy asustada. La mujer del traje se acerca a mí y se sienta a mi lado. La miro. Y encuentro allí a alguien dispuesto a ayudarme.

-       Corazón, cuéntame todo lo que esas bestias te hicieron.

Su voz suena dulce, cariñosa, me da confianza. Trago saliva y, por primera vez tras mucho tiempo, hablo. Le cuento el primer día. El juego del escondite. La puerta que no se abría. Mi pupitre desaparecido. Mis libros destrozados. El acoso en el baño. Y la brutal paliza… Al acabar, me siento liberada, como si me hubieran sacado una gran piedra de encima. Y empiezo a llorar. Lloro desconsoladamente. Y grito. Y los maldigo. Y le pido a madre no volver al colegio. Le pido que encierren a esos cabrones y no volver a verlos nunca más.

Me quedo un mes en casa. Es Mayo. Un día, mi madre se sienta a mi lado y me pide que hablemos.

-       Cariño, estoy muy orgullosa de ti. Has contado todo los que esos chicos te hicieron y te atreviste a denunciarlos. Aunque deberías habérmelo contado el primer día, estoy muy orgullosa de ti. Eres una persona muy valiente.

¿Valiente? ¿Yo?. Esa palabra me llena el corazón. Por primera vez en tanto tiempo, una palabra de reconocimiento, algo, una señal que me hace darme cuenta de que, durante ese tiempo, nunca fui ya la cobarde, no fui yo la que hice algo malo, yo no fui una mala persona.

-       A pesar de que pusimos la denuncia, no hicieron nada. Esos cinco fueron expulsados un mes y mañana vuelven a clase. Lo siento mucho cariño, pero tienes que volver al colegio. Te prometo que para el año cambiaremos de colegio, me aseguraré de encontrar una en dónde no te ocurra nada. Pero este mes que queda, tienes que ir al colegio.

Suena tan sincera, tan preocupada. Sus ojos están llenos de lágrimas y una rueda por su mejilla. Mi corazón siente pena; no quiero verla llorar. Decido hablar, expresar alguna emoción o sentimiento.

-       Mamá, no tienes que preocuparte. Voy a ir al colegio, voy a estudiar. Y no me va a pasar nada.
Y por primera vez, me siento segura, me siento fuerte, me siento con ganas de vivir, con ganas de seguir adelante, de no abandonar las cosas, de luchar por ser feliz.

Llego al día siguiente a clase. Todos me observan en silencio. Me acerco a mi sitio y dejo las cosas. Y entonces, entran por la puerta. Ellos dos primero, mirando con desprecio a los compañeros. Y detrás ellas tres, supeditadas a los chicos. Los cinco fijan su mirada en mi y se acercan. El corazón me late muy fuerte. Pero no tengo miedo. Ya no. Llegan a mi lado y me rodean. Los cinco me miran amenazantes.

-       Esta nos la pagas, turca de mierda.
-       ¡Mis padres me han quitado el móvil, el ordenador y no me dejan salir de casa!
-       A mí me han quitado la paga y tengo que hacer todos los días las tareas de casa.
-       Puta asquerosa, vas a venir tú a nuestras casas a hacer todas esas mierdas que nos han mandado por tu culpa.

Una de las niñas me agarra por la camiseta y me escupe en la cara. Me libro de ella y me enfrento a los cinco.

-       Me habéis hecho la vida imposible durante nueve meses. Ahora se ha acabado. No soy una mierda, soy una persona, tengo sentimientos, y vosotros ya me habéis hecho suficiente daño, tanto físico como psicológico. Y ahora no os voy a permitir que volváis a fastidiarme la vida. Dejadme en paz.

Los cinco se echan a reír.

-       ¿Y qué vas a hacer, eh putita? ¿Vas a llamar a la policía?
-       ¿O vas a ir llorando a tu mamá?

Se ríen con fuerza. Me quedo impasible, y con calma digo:

-       No. Simplemente quiero deciros algo.
-       A ver, chavales, escuchad a la turca que nos va a dar una lección.

Toda la clase se acerca y me mira. No puedo echarme atrás. No soy una cobarde.

-       Me dais asco. Os créeis que por pegar a una niña sois mejores, o más listos, o cualquier otra cosa. Pero estáis equivocadas. Ni sois valiente ni sois nada. ¡Sólo sois unos malditos, asquerosos y endemoniados cobardes!

Se quedan callados. Agachan la cabeza y casi puedo ver una expresión de vergüenza. Las niñas dan media vuelta y salen de la clase. Los chicos se miran el uno al otro y, finalmente, salen por la puerta.

Y, por fin, respiro tranquila. Ya está, se acabó. No voy a sufrir más, no voy a soportar más maltratos. Todo va a salir bien. Y las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. Lágrimas de alegría, de esperanza. Siento que, por fin, puedo empezar a vivir como lo que soy, una niña de diez años, con una vida por delante. Salgo del aula y bajo al patio. Miro al cielo, antes cubierto. El sol se asoma tímidamente tras una nube. Parece que el tiempo mejora. E incluso el sol parece decirme: “¡Bravo, Irene, eres una valiente!”