"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

jueves


Todo empieza en el silencio. El origen de todo está en el silencio. En ese momento en el que no escuchas más que tu respiración, más que el latido de tu corazón, el temblor de tus manos. El silencio es el comienzo de todo.

Al silencio le sigue un movimiento, un pequeño y mínimo movimiento. Un gesto, un roce, una caricia, un parpadeo, un susurro… Un detalle que, al cabo del tiempo, sólo tú recuerdas.

Tras ese primero movimiento, viene la expresión. Llega la sonrisa. La sonrisa de una persona. La sonrisa de esa persona. La sonrisa de una persona es su firma, es su sello, es su identidad. La sonrisa de una persona nunca cambia. A veces es una sonrisa feliz, otras una sonrisa de resignación, otras una sonrisa de fingir. Pero esa sonrisa, es la firma de que una persona será siempre ella misma.

Tras la sonrisa, llegan las palabras. Nunca son las mismas. Van desde un saludo hasta un nombre. Y siempre acompañadas de un contacto. Un apretón de manos. Un rápido abrazo. Un par de besos en la mejilla. Empieza el peligro.

Después del silencio, después del movimiento, y después de la sonrisa, ya lo sabes. Quizás no estás seguro. Quizás lo estás. Quizás lo sientes. Quizás lo empiezas a sentir. Pero, en ese silencio, en ese movimiento, en esa sonrisa, está el origen. En todo esto está el origen del primer amor.

domingo

Quilómetros que matan


No lo entiendo. De verdad que no puedo entenderlo. Explícamelo. Ayúdame a entender por qué lo haces. Explícame como, durante cinco meses, estando a 1186 quilómetros de distancia, en diferentes zonas horarias, en diferentes países, te comportas conmigo como si fueras la mejor persona de este mundo. Apoyándome, ayudándome, haciéndome reír, contándome secretos… Y vuelves, después de todo, y te comportas como si fuéramos dos extraños. Te juro que no lo entiendo. Y lo peor es lo mucho que me duele tu comportamiento. No sabes el daño que me haces que me ignores, que no me hables, que actúes conmigo como si no nos conociéramos, que no me preguntes “Oye, ¿cómo va todo?”. De verdad, no lo entiendo.

No entiendo como 1186 quilómetros eran mejor que vivir a 500 metros el uno del otro. No entiendo por qué. Y no sé si quiero entenderlo. No sé si quiero oír explicaciones, o excusas, o lo que sea. Lo único que entiendo es que, como siempre, al final yo soy la que sale perdiendo. Y eso me duele más que nada.

lunes

Para mi Nonna


Te echo de menos.

Mucho.

No, mucho no.

Muchísimo.

Es ridículo, ¿sabes? Te llevo echando de menos estos dos años que no has compartido conmigo. Cada día, un pequeño detalle me recordaba a ti. A veces olía tu perfume en alguien, otras veces oí hablar de Italia y se me encogía el corazón, cada vez que alguien mencionaba a su abuela, me entraban ganas de llorar. Y es que, aunque hayan pasado dos años, sigo sin hacerme a la idea de que te has ido. Hay días que incluso quiero preguntar “¿qué tal está la Nonna? ¿has hablado con ella?” o días en los que simplemente me apetece ir a tu casa, sentarme en el sofá y que me cuentes alguna batallita que te ha ocurrido. Duele. Duele mucho. Duele saber todo lo que te estás perdiendo. Porque te estás perdiendo tantas cosas. Te estás perdiendo dos nietas, una a la que llegaste a conocer, otra a la que no. Te estás perdiendo como crece Alba, como cambia, como cada vez se hace mayor. Te estás perdiendo los cumpleaños de tus hijos, las canas de los tres, los problemas del trabajo. Y te estás perdiendo lo que me pasa a mí.  Te estás perdiendo que me han roto el corazón una vez y alguien me lo ha conseguido recomponer. Te estás perdiendo que ya puedo conducir, como tú querías. Te estás perdiendo que, quizás, por fin me vaya lejos de aquí. Te estás perdiendo un montón de cosas que querría haber compartido contigo.

Y no quiero ¿sabes? No quiero olvidarte. No quiero pensar “se ha ido, no va a volver”. No quiero darme cuenta de que nunca más me volverás a dar un beso de buenas noches, que nunca más me volverás a contar como tu padre te sacó de aquel internado y tú perdiste aquella boina roja, que nunca más volveré a oler tu perfume. No puedo. No puedo dejar de echarte de menos. Y no soy capaz de llenar el hueco que dejaste.

No sabes como desearía volver a aquel 30 de junio y haberme despedido de ti. Haberte abrazado, haberte dado un beso, haberte dicho que todo iba a salir bien, que no ibas a sufrir, que ibas a irte a un lugar precioso, con tus padres, con el abuelito, con Claudia. Como desearía haber estado a tu lado cuando cerraste los ojos, cuando te fuiste. Como desearía no haberme despertado la mañana del 30 de junio sabiendo que ya nunca más volverías a llamar por teléfono y a no reconocer mi voz. Que nunca más volverías a cocinar la cena de Navidad. Que nunca más me reñirías por decir palabrotas.

No he vuelto al cementerio desde el día en que te dejamos allí. No he sido capaz. No he sido lo suficientemente valiente como para ponerme frente a tu tumba y decirte lo mucho que te echo de menos. Porque eso significaría darme cuenta de que allí estás tú. En algún lugar, encerrada. En algún lugar, lejos de mí. Un lugar del que nunca volverás.

Sólo espero que, si de verdad existe un cielo, si de verdad estás ahí arriba, cuidándome, vigilándome, nunca me abandones. Que de vez en cuando, cuando yo esté dormida, bajes a darme un beso. Y yo lo sabré, sabré que has estado a mi lado, sabré que bajaste de aquel sitio, que volviste a mi lado, aunque solo fuera un segundo. Y que en realidad nunca me abandonaste.

Te quiero muchísimo. Y te echo de menos cada día.
                                                                                       

miércoles


Tiempo.

Más tiempo.

Es lo que necesitaba. Sólo un poco más. Quizás otros 145 días. Incluso menos. O más. Pero no mucho más. Sólo necesitaba tiempo. Tiempo para pensar. Tiempo para ordenar mi cabeza. Tiempo para entender lo que me pasaba. Tiempo para recomponer mi corazón. Era lo que necesitaba. Y cuando pensé que podía olvidar que algo dentro de mí me grita “ve por él”, apareces de nuevo. Aparecer de nuevo y de la forma menos indicada. Apareces por sorpresa, sin avisarme, sin darme tiempo a aclarar mis ideas, a pensar una respuesta, una solución. No me has dado el tiempo suficiente para poder olvidarte. Y aún encima, haces eso. Volver como si nada. Como si nos hubiéramos visto hace unas horas. Como si las cosas no hubieran cambiado en 145 días. Como si no me hubiera pasado 145 días esperando que volvieses. Como si no hubiese pensado 145 noche en ti. Como si esos 145 días en los que tú cambiaste no me hubieran cambiado.

Sólo necesitaba otros 145 días más para sacarte de mi cabeza. Pero sobre todo, necesitaba otros 145 días para sacarte de mi corazón. Y ahora ya es demasiado tarde.

domingo


¿Cómo lo haces? Dime: ¿cómo lo consigues?

¿Cómo es posible que en un momento me sienta la persona más miserable del mundo y al momento, cuando tú apareces, me sienta la más feliz del mundo? Dime: ¿cómo eres capaz de borrar de mi cabeza todo lo malo que me ha pasado? ¿cómo es posible que cuanto estoy contigo, cuando hablo contigo, cuando te miro, sólo sienta felicidad? Me dan miedo esos sentimientos. Me dan mucho miedo. Ya lo he sentido antes. Era igual, era exactamente lo mismo. Una sóla palabra conseguía sacarme una sonrisa, conseguía que todas mis preocupaciones se esfumasen.

Eres la única persona que consigue curar las heridas de mi corazón, la única en la que confío que puedo abrirle mi corazón y no me lo hará pedazos, la única persona que quiero tener a mi lado todo el rato, la única persona que, desde hace mucho tiempo, se coló en mi corazón.

¿Cómo lo has hecho?

"Never let me go"


No la dejes ir. Nunca.
No la dejes sola cuando más te necesite, quédate a su lado siempre.
No le des la espalda nunca, porque ella nunca lo haría.
No dejes que se borre la sonrisa de tu cara, porque no sabes si la volverás a ver.
No la hagas llorar, por más que creas que se lo merece.
No vayas con otras, sólo para probarla, porque ya sabes que ella siempre será tuya.
No juegues con sus sentimientos un día sí y otro también, porque acabará rota.
No te olvides de besarla, de abrazarla, como ella hace contigo.
No dejes que el orgullo sea más fuerte que lo que sientes por ella.
No dejes que otros crean que puede ser suya, porque no lo es.
No le mientas, porque ella nunca lo ha hecho.
No te olvides nunca de que con ella te conviertes en mejor persona.
No la abandones en cualquier esquina en un día de lluvia.
No hagas que se enfade, que grite, porque sólo la harás infeliz.
Pero sobre todo, no te olvides de repetirle cada día que la quieres, y que siempre lo harás. Y nunca, nunca, nunca, la dejes ir.